Crónica de un querer

Entre los muchos significados que el diccionario de la Real Academia Española recoge del verbo querer, el que se nos viene a la cabeza en primera instancia es el de «amar, tener cariño, voluntad o inclinación a alguien o algo». Googleando el mismo verbo, nos lo definen como «sentir afecto, cariño o amor por alguien o algo».

A veces las palabras son meros títulos que tratan de ayudarnos a comprender ese sentimiento que nos late en el pecho. Ponerle nombre a una emoción no debería ser tan fácil, porque hay muchas formas de querer. Es más, me atrevo a decir que hay formas de querer que se alejan mucho del propio verbo; algunas lo superan, y otras lo dañan.

Estamos tan acostumbrados a las etiquetas, a ponernos nombre, a definirnos y definir a los demás, que ya no podemos vivir sin estas palabras, y a veces incluso les faltamos al respeto infravalorando su significado. Qué a la ligera se dice a veces un te quiero.

Soy de las personas que creen que un lugar especial se debe visitar pocas veces, para no caer en costumbre, para que no pierda su magia por desgaste. Opino lo mismo de un te quiero. Si lo vas a visitar y hacerlo tuyo, cuando lo hagas haz que sea especial, no lo visites tan seguido que termine perdiendo su verdadero significado.

El valor de las palabras no es el concepto que nos describen en un diccionario, sino el que tú le pones cuando las dices o las escribes.

Después de esto, hablemos del querer, de todo eso que no nos dicen en su definición.

Todos queremos a alguien. El ser humano es un ser social que necesita a otros individuos con los que establecer un vínculo y compartir. Familiares, amigos, compañeros, conocidos… Cada persona es distinta a otra. Cada persona tiene su modo de querer. Cada persona quiere a otra de un modo distinto.

El querer es intangible, inconmensurable.

Inexplicable.

Detengámonos un momento a pensar, ¿a quién queremos?

Seguramente lo primero que nos venga a la mente sea nuestra familia: madre, padre, hermanos, abuelos, tíos, primos… Entrarán también en la lista nuestros más confiables amigos, por supuesto nuestra pareja, otros amigos que aunque no sean los primeros de la lista también queremos, compañeros de trabajo, conocidos más lejanos…

Por todos y cada uno de ellos tenemos algún tipo de afecto. Más o menos intenso, más o menos importante. Por algún motivo, esa persona entró a formar parte de nuestra vida de algún modo y se ganó un lugar en ese cupo de personas a las que queremos.

Planteémonos otra pregunta, ¿por qué los queremos?

Esta es difícil. Como ya dije antes, el querer es inexplicable. A veces te descubres queriendo a alguien sin saber muy bien porqué, sin encontrar un motivo lógico, sin entenderlo. Otras veces la respuesta viene dada por un “siempre está cuando lo necesito”, “hace mucho por mí”, “me hace feliz”, y otras muchas frases trilladas. Con estas últimas entra en juego el amor egoísta, ese que implica querer por la propia felicidad (hay mucho de egoísmo en el amor, lo queramos ver o no).

La que más me interesa tratar es la primera, la forma inexplicable de querer, pero antes hagámonos otra pregunta: ¿qué implica querer a alguien?

Se me ocurren ahora mismo unas cuantas respuestas. Querer a alguien implica preocuparte por su bienestar, querer compartir con esa persona, pensar en ella, que algo te recuerde a ella. Querer es un sentimiento que implica amor hacia un ser, buen afecto, cariño. Implica compatibilidad, puntos en común, unión física o intelectual, unión de almas. Una infinidad de sentimientos que tal vez sean demasiados para agrupar en un solo verbo: querer.

Y ahora se me plantea otra incógnita: el querer sin querer. Porque como ya sabréis, uno no planea querer a alguien, simplemente se da. El amor es caprichoso y se gobierna solo. No podemos decidir a quién querer, y tampoco podemos decidir que no vamos a querer a alguien (cuidado con estos corazones, que se la pasan en sufrimiento continuo por no poder desquerer).

Si todos sabemos esto, me pregunto por qué todavía juzgamos a gente por querer. Por entregar cariño, por tener aprecio, por enamorarse, por disfrutar de la compañía de alguien, por sentir algo especial por un ser especial. Esto aplica para muchos casos. Y confieso, no me libro de juzgar. Hago examen de conciencia, porque yo también he caído alguna vez en criticar un querer. Nunca es tarde para darse cuenta de los errores.

Voy ahora al motivo de toda esta reflexión.

Hace un tiempo me puse a pensar en un querer mío. Haré una aclaración innecesaria, por si acaso: no querer en sentido romántico. Empecé a querer a alguien y, buscando motivo concreto, no lo encontré. Fue ahí cuando comencé a reflexionar sobre el querer inexplicable.  El querer que no necesita motivos tangibles, que se basa en una conexión entre almas, que despierta de un momento a otro y que, por más que trates, no necesita de un motivo para existir. Simplemente, nace el querer.

Cuando se quiere, se quiere. No importa a qué, a quién, o de qué forma. No importa si hay motivos, si son lógicos, si lo entiendes o si no.

Quiere y deja querer.

Confieso, ya que estamos, que no soy una persona que diga te quiero habitualmente. Las personas que me rodean lo saben bien, así como también saben que si lo digo (o lo escribo), es porque es sincero.

Porque sí, yo también

quiero, con pronombre personal átono en segunda (o tercera) persona del singular (o plural) por delante.

L.

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