Una en un millón de sonrisas buscaban encontrarla,
la de la fuerza que perdió tratando de entender
que no era la vida sino un asalto forzado en el camino.
Comprender no sirve cuando la historia es ajena,
y no entiende cuando la vida es propia pero se va
o se fortalece, según capricho de quién sabe.
La música sonaba diferente, las risas más intensas,
y el tic tac del reloj era tan insoportable como amable.
Los abrazos duraban más, los te quiero hacían eco
y la sal de las lágrimas por primera vez no curaba,
pero aliviaba a escondidas y emocionaba en público.
La pena no sirve, enfurece y hace daño. Evítala.
Empieza mejor a contar, construir y seguir volando
sobre recuerdos que le van a ganar al tiempo,
a los miedos, a toda angustia, a la risa jamás vencida.
Una en un millón de batallas triunfaba en memoria
de todas las fallidas, en mención propia de quien
escribe una historia nueva que contar y cantar;
porque la vida siente y se basa en versos y besos
bien rimados, de los que alivianan almas heridas
que buscan cuál será la banda sonora de sus vidas.
Encontró la sonrisa perdida entre pequeños motivos
antes ignorados, olvidados en favor de nimiedades,
y en cuanto la hubo encontrado nunca más la soltó.